Catorce años después de la victoria que la coalición militar más
poderosa de la historia, la OTAN, obtuvo sobre Serbia, hoy se exige a
esta última que renuncie a una parte de su territorio: la región de
Kosovo. Lo que Londres presentó un día como la primera guerra
humanitaria resultó no ser otra cosa que una guerra de conquista.
Kosovo, primeramente utilizado como base militar de la OTAN, se
convierte en protectorado de la Unión Europea el 2 de abril de 2013.
- Las
tres Gracias de la preparación del ultimátum impuesto a Serbia: la
entonces secretaria de Estado Hillary Clinton, la presidenta del
autoproclamado Estado de Kosovo Atifete Jahjaga y la baronesa Catherine
Ashton, Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y
Política de Seguridad.
El gobierno de Serbia rumia todavía sus condiciones previas a la firma de su «acuerdo histórico», este 2 de abril de 2013, en Bruselas, con el gobierno de Kosovo.
El acuerdo pondría todas las comunas serbias de Kosovo bajo la
autoridad del gobierno de Pristina. Por el momento, hasta la idea misma
de otorgar algún tipo de autonomía a esas comunas ha sido rechazada para
favorecer la creación de una Asociación de Comunas Serbias cuyo
estatuto sería similar al de una ONG y que de todas maneras estaría bajo
control del gobierno kosovar. Y también habrá que desmantelar por
completo las «
estructuras paralelas» del norte de Kosovo, que
Belgrado ha mantenido hasta el momento contra viento y marea y que han
protegido a los habitantes de esa zona de la purificación étnica ya
aplicada en los bolsones que se hallan más al sur, sobre todo en marzo
de 2004.
Belgrado ha venido exigiendo, hasta ahora, la creación de una policía y de tribunales autónomos para las comunas serbias.
La firma es de hecho un reconocimiento, sin posibilidad de marcha
atrás, de la independencia de Kosovo. Y conduce, lógica e
inevitablemente, a un posterior reconocimiento en el plano legal. El
presidente de la comisión de política exterior del parlamento alemán
incluso notificó formalmente a Serbia que sin ese reconocimiento no
habrá progreso en las relaciones [de Serbia] con la Unión Europea ni
tampoco admisión [en esta última]. El reconocimiento [definitivo] ya no
será [después de la firma] más que una formalidad técnica que habría que
implementar adecuadamente dentro de uno o 2 años. Y cuando Kosovo
cuente con el reconocimiento del mismo Estado al que fue arrancado, se
hará insostenible la posición de los países que, incluso en el seno de
la Unión Europea, siguen negándose a reconocer ese país a medias nacido
de una secesión violenta.
Por otra parte, aún si Belgrado decidiese optar por romper con la
Unión Europea eso no detendría la pérdida de Kosovo. En previsión de un
escenario de violencia, los estadounidenses ya desplegaron su 525ª
Brigada especializada en operaciones antimotines. Al igual que en 1999,
cuando utilizaron como pretexto la tan famosa como nebulosa «
masacre de Racak»,
la OTAN pudiera ahora explotar algún incidente como pretexto para
ocupar las zonas del norte, con una participación simbólica de las
fuerzas de seguridad del Kosovo «
independiente». Probablemente
sea, en los próximos días, una manifestación de los nacionalistas
kosovares en Mitrovica Sur lo que se use para provocar una explosión,
con el apoyo del ya consabido bombardeo mediático que atribuirá el
problema a los serbios recalcitrantes del norte. En suma, una repetición
del engaño ya utilizado para el encuentro de Rambouillet, en 1999.
El gobierno del presidente Nikolic se halla por lo tanto en una
posición en la que se le exige escoger entre Caribdis y Escila. Si
responde «
sí» el 2 de abril, estará aceptando la pérdida de
Kosovo y el partido en el poder (nacionalista) estaría contradiciéndose
–después de haber afirmado que «
Nunca reconoceremos a Kosovo.»–
culminando con ello el trabajo sucio que anteriormente reprochaba a sus
predecesores. Y podría entonces tener que enfrentar grandes
manifestaciones y una desestabilización interna capaz de provocar la
realización de elecciones anticipadas. Pero si responde con un «
no»
se expondría entonces a una desestabilización todavía más intensa y
organizada, tanto en el plano exterior –con el aislamiento diplomático
que los países occidentales seguramente impondrían a Serbia– como
internamente –a través de los numerosos medios de prensa, partidos,
movimientos y ONGs apadrinados y dirigidos por Occidente.
- El
plan que la baronesa Ashton propone en nombre de la Unión Europea en
realidad fue concebido por el embajador estadounidense Frank G. Wisner.
Fue este personaje quien organizó que los países miembros de la OTAN y
de la Unión Europea reconocieran la independencia de Kosovo y quien le
impuso a su hijastro –el entonces presidente de Francia Nicolas Sarkozy–
la nominación de Bernard Kouchner como ministro de Relaciones
Exteriores. Wisner, quien por mucho tiempo dirigió las operaciones de
espionaje económico de la CIA, es también uno de los organizadores de la
«primavera árabe» (fue él quien derrocó a Hosni Mubarak). Luego de
enriquecerse con las estafas de Enron y AIG, hoy preside EOG Ressources
(que se apoderó de los activos de Enron en el campo de la explotación
del petróleo y se ha especializado en la explotación subvencionada del
gas de esquistos).
La jugada geoestratégica
En el plano internacional, el bloque occidental en su conjunto exige el «
sí». Esa aceptación es la condición
sine qua non
para la normalización de las relaciones entre Serbia y sus vecinos,
completamente sometidos a los dictados de la OTAN. Mientras tanto, el «
no»
cuenta con el respaldo de Rusia, expresado esencialmente a través de
Shepurin, su nuevo embajador. Dado el estado de la economía y de la
sociedad serbias, el «
no» parece ser un suicidio ya que Rusia no
parece poder ofrecer ninguna compensación en cuanto a las pérdidas –en
términos de inversiones y de integración política– que se derivarían de
una ruptura del diálogo con Pristina. Rusia, que se ha retirado de
Kosovo en el plano militar y policial, tampoco dispone de medios
materiales para oponerse a la reconquista del norte de Kosovo mediante
la fuerza.
Lo que está en juego en este acuerdo sobre Kosovo tiene considerable
trascendencia para toda la región y, en primer lugar, para el destino de
Serbia. Como ya ha sucedido anteriormente en varios momentos de su
historia, Serbia se halla en el centro de un «
conflicto de civilizaciones»
que, específicamente en este caso, merece plenamente esa denominación.
Por un lado, están las pretensiones occidentales de carácter colonial,
aunque disfrazadas de derecho inalienable y motivadas por una intensa
propaganda humanitaria. Riquezas mineras, posición geoestratégica,
política de concesiones al islam sunnita: todo ello contribuye a hacer
de la toma de Kosovo (y de la extensión de esa plaza fortificada) una
prioridad de la OTAN. ¿No hemos visto acaso, durante estos últimos años,
a varios protagonistas de primer plano de la agresión de 1999 –como el
ex comandante supremo de las fuerzas de la OTAN, el general Wesley
Clark, y la ex secretaria de Estado Madeleine Albright– volver a la
región cínicamente convertidos en negociantes, con enormes proyectos de
inversiones en la explotación de materias primas y en el sector de las
telecomunicaciones?
Y se trata también, por otro lado, de disfrazar los fracasos y
dificultades que la OTAN ha encontrado en la región desde el inicio
mismo de la operación de conquista, a principios de 1999. No es inútil
recordar que el «
no» de Serbia en las negociaciones ya arregladas
de antemano que se desarrollaron en Rambouillet fue provocado por una
disposición secreta incluida en el tratado que estipulaba la ocupación
de facto
de todo el territorio serbio por las fuerzas de la OTAN. La respuesta
[a la negativa de Serbia] fue la intensa campaña de bombardeos,
concebida como una
blitzkrieg pero que se extendió durante 78
días, lo cual destruyó la credibilidad moral y militar de la OTAN,
obligándola a aceptar un armisticio y una resolución de la ONU (la
resolución 1244 del 10 de junio de 1999) que reconocía la soberanía de
Serbia sobre la región de Kosovo, soberanía que la OTAN y sus aliados
kosovares (fundamentalmente mafiosos) se esforzaron constantemente en
minar a lo largo de la siguiente década, no sin la complicidad –ingenua o
cínica– de ciertas fuerzas políticas serbias.
El Kosovo «
independiente» bajo protectorado occidental
–inaugurado por el reinado de Bernard Kouchner– resultó ser un desastre
desde todo punto de vista. Políticamente inexistente, gobernado por
clanes mafiosos, se ha convertido en un centro del tráfico de armas y de
droga y de la trata de mujeres en Europa. Sus minorías, la serbia en
primer lugar aunque también la montenegrina, la turca, room, etc., han
sido expulsadas de forma violenta (recordar los pogromos de marzo de
2004) bajo la mirada impasible de los soldados de la OTAN. Más de 150
iglesias, conventos y monumentos religiosos cristianos han sido
incendiados, dinamitados o saqueados y los demás han sido integrados al «
patrimonio cultural»
de los mismos que antes trataron de destruirlos. Los serbios que allí
viven, bajo la autoridad conjunta de la OTAN y del gobierno kosovar,
están expuestos constantemente a la violencia y son tratados como
ciudadanos de segunda categoría. Los secuestros de civiles, desde 1999
hasta el momento actual, generalmente se han mantenido sin resolver.
Para terminar, el más horrible de los crímenes cometidos durante la
guerra civil yugoslava, el tráfico de órganos de civiles serbios
secuestrados en Kosovo, nunca fue castigado, a pesar del acusador
informe presentado al Consejo de Europa como resultado de la
investigación del diputado suizo Dick Marty. Lo cual no impide a los
occidentales seguir exigiendo que las decenas de miles de sobrevivientes
del norte Kosovo se integren al infierno que los propios occidentales
han ayudado a instaurar en el sur de Serbia.
Regreso a la guerra fría
El único medio de «
blanquear» esa creación perversa, que gran
parte de los Estados del planeta siguen desaprobando, consiste en lograr
que sea Serbia misma quien la santifique.
Pero hay más. Desde hace algún tiempo, Serbia se ha dado a la tarea
de estabilizar sus propias estructuras de poder y de restablecer el
orden interno. Ya comienzan a llegar los inversionistas, provenientes
incluso de los emiratos. En la actual situación de crisis, la riquezas
agrícolas, acuíferas y energéticas de Serbia se convierten en una carta
de triunfo estratégica de primera importancia y las empresas chinas y
rusas extienden allí su influencia, mientras que los occidentales se
agotan militarmente en el Medio Oriente y en otras regiones. El trazado
del futuro gasoducto ruso
South Stream confiere a Serbia el papel
de grifo energético (evitando el paso por Croacia, por razones de
índole política y a pesar de las complicaciones y de los gastos que ello
implica). Es por todas esas razones, que se ha puesto al Estado serbio
contra la pared para obligarlo a tomar una decisión hacia la cual se ha
mantenido histórica y esencialmente reticente: alinearse y convertirse
en vasallo de un bloque o del otro.
Eso es lo que implica en definitiva la decisión que el gobierno de
Belgrado tendrá que tomar en estos días: escoger entre ser vasallo de
los occidentales o ser vasallo de Rusia, con la inevitable pérdida de
Kosovo en ambos casos. Tanto en tiempos de Milosevic como bajo los
demócratas prooccidentales de Tadic, la Serbia oficial evitó siempre ese
alineamiento, incluso a costa de sacrificios. Hoy en día, si bien los
intereses económicos favorecen a Occidente, el razonamiento político
puede ser quizás más favorable a Rusia. Pero ninguna de esas razones
prevaleció nunca ante una constante ancestral de la política serbia: el
rechazo irracional a toda forma de sometimiento. Esa constante ha dado
lugar a dramáticos giros de la historia europea.
Serbia no cuenta con la sabiduría ni con la agilidad diplomática de
los suizos para lograr mantener un rumbo neutral sin tener que enfrentar
por ello confrontaciones y pérdidas. Y tendrá, por lo tanto, que pagar
su neutralidad con sangre, prácticamente en cada generación. Hoy parece,
a pesar de los indicios de apaciguamiento que han aparecido durante los
10 últimos años, que la actual generación no podrá escapar a esa
fatalidad. Si las potencias que están presionando a Serbia tuviesen al
menos algo parecido a la conciencia histórica y al menos un poco de
responsabilidad política, evitarían imponer a Serbia –como lo están
haciendo– una alternativa tan fatídica. El equilibrio de toda la región,
e incluso el de toda Europa, se afectará inevitablemente.